miércoles, 27 de febrero de 2013

JORGE JUDAH CAMERON-LORELEY-ARGENTINA




1

LORELEY
                                                                                                                                     
Todos los días, a la misma hora, sensible y extasiado contemplaba su figura venir a mí, envuelta en el aroma de las flores más perfumadas y moribundas, bañándose la piel de aquella fragancia de blandas rosas que nos unió para siempre. Loreley, mi Loreley, la única, la más bella entre las bellas meciendo sus cabellos rojizos con los últimos destellos del atardecer. Durante horas, recostados sobre los verdes campos y abrazados en consonancia con las aves, que, paseándose sobre nosotros, sonorizaban nuestro amor... ¡Dios, cuanto reíamos sin dejar de besarnos!      Loreley, la única, la más amada entre las mujeres de esta Tierra. Ellos nos separaron pensando que todo terminaba con esa injusta actitud, autoritaria y medieval, de pensar que un pobre no puede amar a una aristócrata, o un judío enamorarse de una mujer cristiana sin tener que pasar por la censura de los hipócritas. Intentaron asesinarnos al hallarnos desnudos sobre el heno en aquella dorada caballeriza del padre de Loreley, mi amada. Pero nuestro amor pudo más. Logramos huir por los techos de la mansión hasta un río donde perdieron el rastro de nuestros cuerpos en fuga. Heridos, sangrando juventud en cada lágrima, nos alejamos de aquel lugar y de sus vidas para siempre.                                                  El amor nos mantuvo unidos, hasta hoy, lejos de la soberbia, la avaricia, la ignominiosa tortura a la que fuimos sometidos durante tantos años. Ni la muralla más alta sería impedimento si la perdiera. Nada lograría detenerme. Desbordante mi pasión lamería sus huellas como un lobo herido por los cielos y los mares, y si fuera el inframundo aquello interpuesto entre ella y yo, bajaría cual Orfeo al Hades a buscarla entre los muertos a esa venerada mujer por mí llamada Loreley, y en mis brazos la traería vaciándonos en el beso más profundo que recuerde ser alguno. Y si acaso no pudiese retornarla yo con ella sufriría en los fuegos del infierno.
–¡Te amo, Judah! –exclamó.
Así estuvimos hasta que dieron las doce menos un minuto. Nos despedimos tiernamente para volver cada uno a su tumba, hasta el siguiente día, como hace más de un siglo.
                                    *****************************
NOTA:ESTE CUENTO APARECIÓ EN UN DIARIO DE ESPAÑA, PUESTO QUE LORELEY OBTUVO EL PRIMER PREMIO EN EL CENTRO GALLEGO ROSALIA DE CASTRO, DE BUENOS AIRES .
LORELEY-Voz Dolores Sans-4.mp3LORELEY-Voz Dolores Sans-4.mp3
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martes, 19 de febrero de 2013

FRANS GRIS "HOTEL CALIFORNIA"- CHILE





Hotel California (Eagles, 1976)

No hay mucho que ver, escuchar o decir. Más bien a estas alturas ya no tengo nada de nada. Un viejo sombrero blanco ¿blanco? alguna vez lo fue. Al igual que estos pantalones…y la camisa,  que hoy  luce grandes manchas  de sudor y kétchup, en los faldones y bajo los brazos.
                  Y qué?...no iré…estai más loca…no sé nada de ese guitarrista que decís…ese de nombre como de personaje de historietas y de apellido hispano…¿ese de Black magic women?…¿lo conocís o no?
Es pa la risa, me hace reír…como este pitillo…un poco de hierba…papel…
Ándate a la cresta oh… vo creís que es pa ponerse serio me                 conseguí un poco de pasto con el flaco de la esquina, y el papel se lo saque a mi agüela, de una biblia, p´tas que se enojó la vieja oh.
No éramos muchos: una batería, guitarra, bajo, clarinete y saxo…algo simple…poca cosa… algo como una mezcla de jazz y rock, tirando hacia el folclore de las Antillas. Ritmos negros ¿negros? …nada…. creo que con suerte era una mercolanza de un montón de ritmos y na que ver, ni parecida a lo que tocaban esos otros medios jipis de Viña, Los Jaivas…esos le hacían al fusión folc…o como le llamaran, a lo que los hermanos Parra, y el Gato, tocaran. “Mira niñita te voy a llevar a ver la luna ….”
No éramos más que unos campesinos trasplantados, obreros, no más de eso…le robábamos tiempo al sueño, y plata a la bolsa del pan….para instrumentos y discos. Músicos? Noooo. Hooooola músicos…como decíamos por esos días.
Conseguí que mi hermana, la que estudió en las monjas de la Divina Providencia, me hiciera una camisa sin botones y bordada, y un pantalón igual, de osnaburgo. Mi camisa era toda blanca, de mangas de campana y flores blancas…y los pantalones patas de elefante y sandalias…collares y el pelo rozándome los hombros, y los pitos que me daban risa…y todavía…
¿Y qué?  Éramos obreros, estudiantes, vagos…de pelo corto y zapatones de seguridad, overoles engrasados,  de 8,00 de la mañana a 8,00 de la noche, invierno y verano, domingos libres. Textiles, zapateros, liceanos….y qué sé yo qué más.
Y la niña blanca, de muslos de nieve, y piel  de azucenas…esa misma que se quemó los brazos y los pies, tanto que se le marcaron las chalas,  ese día en Piedra Roja. Ese Festival jipi que quiso emular a WOODSTOCK, en el 69, no pasó naa, es que era muy rasca, picante y chicoco. Ese mismo día fue que perdí, y perdió, la virginidad del cuerpo, la otra ya la habíamos perdido que tiempo...  
Por esos días conseguí una tremenda pega, en una fábrica de tejidos…y me compré una Gilera de carreras 125 c/c. roja,  que me daba tremendo caché entre las lolas de mi barrio y los pendejos me seguían con la boca abierta al pasar con mi chaqueta de cuero negra y blue jeans…no usábamos casco…y mi madre se horrorizaba de pensar que alguna vez le entregarían solo una bolsa vacía de vida.
Todas las minas y lolas querían dar una vuelta en la Gili…a la vista de todos…total las viejas igual hablaban. Total…
en una hoja de la biblia de la vieja  me armé un pito…en esa que dice algo de los tiempos y qué sé yo qué más…esta es de la güena, paraguaya…me hace reír y reír…Y en la playa…odio la playa, me lo fumé hasta las uñas…bajo el frío de marzo y la humedad entrando bajo el poncho y una botella de pisco,  amargo…el primero de otras miles y la última…y el aspirar estrellas
total…puros gritos…y pateaduras y fue la mañana de los cohetes…esa mañana que nuestro mundo se dio vueltas y desde allí volvimos los ojos para no ver y nos tapamos los oídos y no escuchar  y nos amordazamos a nosotros mismos…y nos hicimos cómplices…porque muchos no volvieron y otros, los más, no quisieron…así es que arrumbamos los sueños…Todos..todos cavamos fosas comunes en nuestras conciencias y cerramos los ojos, pues no quisimos ver que éramos culpables, responsables, cómplices de las parrilladas…de las violaciones…de los arrancadores de dientes y uñas...Todos…Nadie está libre de toda esa culpa…

Un pito 2.0…recargado…algo nuevo “él que esté libre de culpa…” otra bota de pisco…amargo… llorón…y mi camisa …blanca o ¿gris?  manchada de alcohol bajo los brazos y en los faldones…¿sangre?...
un sombrero que alguna vez…y el pantalón con manchas de orín, y otras más sospechosas…tirado en este catre de hotel sucio con pequeños animalillos grises…serán alcohólicos…es que les gusta mucho chuparme… 
hace ya mucho, como treinta y nueve años …o algo así…que ya no volví…debe ser por la hebra rojinegra que esa mañana anotó en mi piel ese corvo militar. Un relámpago de acero me abrió desde debajo del esternón hasta el hombro derecho
profundo río de guitarras fluyendo, largo y acompasado. Mil luces ardiendo tras los ojos que arden y las lenguas gritando…el tabletear de los casquillos en los suelos y un clarinete….
y los largos días de dolor y muerte diaria
y luego una botella y otra … y Alemania y Suecia…
Y Pisagua o el frío
Y desde esos lugares el largo camino al resto de mi vida y a este colchón sucio
y a esta silla bajo mis pies y hasta este cordel que pende
desde una viga sucia
y veo, lo último, a mis pies sacudiéndose en el umbral
 del silencio



Frans Gris
16 de agosto (1969) 2012
Los Troncos, La Cisterna
Santiago de Chile  


viernes, 1 de febrero de 2013

HASTA SIEMPRE IAN WELDEN -NECHI DORADO-ARGENTINA


Hasta siempre, Ian Welden



Preguntas repetidas cuando la poesía se viste de luto
¡Hasta siempre, Ian Welden!

Nechi Dorado

Hace un tiempo atrás cuando supe de la partida de un compañero y compatriota, poeta argentino, y como siempre me sucede en esos casos, tales alejamientos hacen que me formule preguntas que hasta el momento no pude responderme.
¿Será que me espanta eso que algunos mencionan como despedida final, otros como adiós definitivo y todos, al fin, llamamos muerte?
Me preguntaba entonces:“…hay poetas y poetas. Unos escriben muy lindo. Son los que tienen música y tienen gracia.
Pero hay otros que escriben muy fuerte y se convierten en imprescindibles.
Es por los últimos que a veces me pregunto:
¿Está bien decir murió un escritor (narrador, poeta) cuando su corazón se detiene para siempre?
Creo que no.”
Esta mañana sentí el mismo interrogante y fue cuando América Comparini, hermana chilena en la poesía y los sueños, me dio la triste noticia de que esta vez quien se alejó fue Ian Welden.
Ian es –me niego a mencionarlo en pretérito- poeta, escritor, músico, cantante, artista gráfico además de humanista. Es uno de los tantos chilenos que debió enterrar sus raíces bien  debajo de la tierra que lo viera nacer, trasladando su tronco hacia otras latitudes cuando el odio tomara forma, cuerpo e idea en su Chile natal.
Fue Dinamarca la tierra que lo recibió y allí fijó su residencia para seguir hablando de las cosas lindas que suceden pese a tanto odio enraizado y de las otras, las que no hay que callar porque estallan en las venas.
Siento mucha pena, mucho dolor, mucha bronca,  cuando toca hablar de estos alejamientos forzados,  pero hay que hacerlo. Mucho más cuando quien se aleja, como lo hizo ayer Ian, deja el recuerdo imborrable por ser de aquellos que: “…tal vez salgan a formar escaleritas con esos libros que de tan altos que los ponen, no pueden alcanzar los que andan muy por abajo”.
Ian Welden: no te digo adiós porque no te fuiste, te saludo con un ¡Hasta Siempre hermano! Seguiré rondando tus letras, recordando tus consejos: “manda tus trabajos a esta página, o a esta otra” ese empuje que no siempre nos dan porque ya sabemos que también existen quienes se creen dueños de las artes y no conocen la grandeza de la solidaridad y mucho menos la de abrir caminos.
Porque a nosotros, Ian, lo charlamos muchas veces, en este mundo donde todo se compra porque alguien puso precios hasta al arte, no son muchos los que nos van empujando suavemente.
Ian Welden se fue, me dijeron. Yo prefiero seguir sosteniendo que hay personas que nunca se van del todo, apenas se alejan un poco.
Comparto uno de sus poemas  a través del que sentí un aroma a despedida y a tristeza mucho antes de saber que se nos iba…
De pie, aquí al borde de la línea

De pie, aquí al borde de la línea
sabiendo que mañana ya no existe.
Sacos de puertas hechas triza sobre mis espaldas
y cenizas cuando finalmente entregue
todo lo que he pedido prestado.
Caminando hacia la tierra de nadie,
buscando algún sueño en mis bolsillos,
tanteando ciego el muro del atardecer
y calculando mis pérdidas en las estrellas.
Debo trepar a algún lugar donde ya estuve,
por ahí en mi alma siento la nostalgia,
voces amistosas que seguramente existieron
y vidas que tienen sentido al amanecer.
Nubes en mis manos
lluvias en mis pies
el mundo insiste en girar sin mí.
Y si el sol se atreviera a asomarse
tan sólo expondría mis pecados a la luz.
¿Dónde está mi canción?
¿Cuáles fueron los equivocados pasos
que me condujeron a este abismo?
Detenido aquí al borde de la línea final
sembrando piedras con mis dientes,
durmiendo en carcasas de viejos barcos abandonados
y mendigando besos entre las multitudes.

IAN WELDEN-PEQUEÑO HOMENAJE PARA UN GRAN HOMBRE: CHILE-AMÉRICA COMPARINI



En esta semana ha partido un gran amigo, poeta, narrador,músico,diseñador gráfico, un gran artista chileno, pero sobretodo un gran hombre, que desde Dinamarca siempre gentil, atento, encantador, solidario, nos conmovía con su forma de ser.
Hace cuatro días atrás había "conversado" por mail con Ian, cuando publiqué su cuento. Y hace dos días atrás me escribe mi querida amiga Maritza Alvarez, poeta, pintora y fotógrafa  y me cuenta por mail, con  profundo dolor de la partida sorpresiva y repentina de Ian. a sus 64 años.
Verdaderamente, sentí que un puño de acero me golpeaba el centro del pecho quedé muy perturbada por la noticia .
_ Aunque vivimos en carpe diem y tenemos claro el concepto de la fragilidad  de la vida, uno nunca piensa que los amigos de repente parten, e incluso le comenté a Ian, que me enviara un cuento todos los meses._
_¡Yo sentía a Ian siempre presente, siempre "ahí," disponible siempre para los amigos, para la poesía, para el arte: lo sentía para rato largo_
¡Uno siempre contaba con él y siempre llegaba su palabra oportuna, aunque  estuviese replegada _
_¡Será muy difícil no sentirlo!
¡Qué ganas de abrazar a sus hijas que tanto amaba y reconfortarlas¡ 
¡Qué ganas de abrazar a todos los que amaba y manifestarle que la poesía está de duelo, que todos estamos de duelo por sus partida¡
Pero también que "nuestro", "de todos Ian", puede estar donde él deseé y cruzar mares y fronteras libremente. 
 AmigoIan , las palabras no alcanzan a dimensionar o expresar el sentimiento, como decía Ernesto Che Guevara, porque hoy las palabras están contreñidas por la tristeza, el asombro, pero te extrañaremos amigo: demasiado...
¡Ahora vuelas en otra dimensión  y lo más probable que ya cruzarte tu Cordillera de Los Andes ,viniste a reencontrarte con tu Chile, a recorrer esos lugares donde habitaba tu nostalgia, a estrechar con tu alma a los que amabas en tu tierra y a los que te amaban, querido Ian¡
Hasta siempre!!!!

http://milagroswelden.blogspot.com.ar

lunes, 28 de enero de 2013

CARLOS ÓRDENES PINCHEIRA "MORIR O CANTAR" -NICUENTOS-CHILE



Tu cuento. América, lo es una ruptu al cuento: son Nicuentos...

Carlos Ordenes Pincheira

MORIR O CANTAR

Nicuento

Hace frío. Aunque la noche invita a la ensoñación, allá arriba, los astros son helados y la luz
cae confundida con la escarcha.

Tirado en el barro me estremezco. Un pájaro grazna sobre mi cabeza. Canto agorero, presagio
de algo imprevisible, quizá un derrumbe de terrones secos. O la sombra empedernida en que yaceré.
´
Inmovilizado por tantas heridas, sólo puedo mover los ojos, el mundo es como una carpa de circo,
azulada, cuajada de hielo. En mis oídos, las hijas susurran cánticos fúnebres. Moriré. Y no lloro ni
gimo. Estoy asumiendo mi partida con serenidad. Hasta me gustaría cantar mi
último tango, ese que siempre le dedicaba a Carmen. “dejame que te diga despacito, bomboncito,
bomboncito, dueña de mi corazón...”

Hace ya mucho que la sangre dejó de manar. Me siento próximo al desvanecimiento.Dos leopardos se acercan... me miran casi con desprecio y se van...Todo me duele. Cierro los ojos. Creo que así debería esperar el último minuto, ese que talvez me lleve a un cielo distinto a los que que conozco.

No puedo dejar de mirar esta inmensa carpa azul salpicada de remaches plateados. Quisiera que ella
estuviera acá, pusiera su mano sobre mi frente disgregada por el dolor. Tengo sueño bajo los
párpados y la veo sonreír mientras camina hacia la estación...

No sé si habré dormido un minuto o dos horas. Me sentía como abandonado en un baño turco. Y una sensación de caer, caer hacia el fondo de un pozo oscuro, poblado de fauces abiertas.. Al abrir los ojos, una gota de espanto recorre mi piel, a
sacude mis raíces. Frente a mi una figura fantasmal. No parece real. Pestañeo. Es un hombre de mirar suave. Nunca lo he visto antes:viste ropas de otro siglo. Parece un espadachín. No sé por qué le digo que se vaya.
-¡Levántate!--es una voz autoritaria- ¡Nada eres si continúas en el lodo! ¿Levántate...!

-Estoy herido de gravedad -casi susurro- ¿Sabe? He perdido un río de sangre...
El ve mis heridas. Se ríe.

-¡Es nada! ¡Nada! ¡No son tus enemigos los que te dejaron así! ¡Fuiste tú!
-¿Y la sangre, la inventé? ¿Y los cuchillos hundidos en mi cuerpo?
-¡Son tuyos!

-¿Míos? Yo no he clavado ese acero en mi abdomen... ¿Lo hice yo mismo?

El hombre me exige que lo siga. No puedo moverme, estoy pegado al barro y se ha secado copn mi sangre. No puedo. No. Quiero enmudecer aquí. No hay ya horizonte. Todo está perdido...

-Es la hora! ¡Debes levantarte y caminar!

El hombre de otro siglo se ve decepcionado ante mi resistencia. Empieza a correr, a
desaparecer, poco a poco.

-¡Sígueme...!
Miro hacia la distancia, el hombre está ya muy lejos. Hago un nuevo esfuerzo, crujen mis huesos, aunque y no me duelen tanto. ¡Lo alcanzaré! Con gran dificultad empiezo a caminar, luego a correr...
deberé alcanzarlo antes que desaparezca...

Carlos Ordenes Pincheira

viernes, 25 de enero de 2013

"EL MAESTRO" ALEJO URDANETA -VENEZUELA



"EL MAESTRO"

          Cuando salía de la Biblioteca, se topó con el maestro. Siempre lo ha venerado, por darle más que lecciones de filosofía y semántica. Es porque el maestro le ha abierto los sentidos hacia la sensualidad de la música, y ha emparentado la sabiduría del pensamiento abstracto con la presencia casi pétrea de una sinfonía o de un cuento literario.

Al maestro debe estas impresiones en su espíritu, y él trata de hablarle para conocerlo más, para saber de su vida,  porque nadie le ha dicho cómo es el maestro.

Sólo se repite en los pasillos de la Universidad que es austero y que vive con su madre; que ambos son melómanos y dedicados al ejercicio de las funciones del intelecto. Nadie conoce a la madre; sólo es la voz de las aulas la que afirma que es dama de estricta presencia que da a su hijo fuente de cono­cimiento para que enseñe lecciones de rígida moral dentro de formas preciosistas: la filosofía y el arte emparentados para ordenar la naturaleza humana.
         
Se ha propuesto acercarse mañana y decirle de sus inquietudes como aspirante a escritor, decirle también que comparte gustos como los que él y su madre disfrutan en solidaria comunión espiritual. Lo hará mañana.
         
La clase de filosofía acerca de la Fenomenología  de Husserl fue importante. La disyuntiva que ofrece la realidad al ser que piensa: ¿Existe por sí misma o requiere de la participación del otro para que sea verdadera realidad?   Había aceptado la tesis de Husserl y en cada recodo del camino a su casa se decía que esa piedra que veo no existe si no soy yo complemento de su existencia.

Decidió abordar al maestro al concluir la clase.
         
Reticencia al principio.  Los temas de clase ya son de todos, y pasar más allá no está permitido; pero deja abierta una posibilidad para más tarde: mañana o pasado mañana.

 Otra conversación en el parque al lado de una laguna. A solas, el pensamiento profundo es apetecible.

Le dice el maestro que el hombre es como un pequeño lago de gran profundidad cuyas aguas tienen distinta densidad: las de la superficie son claras y reciben el frescor de la montaña; las del fondo son obscuras y turbias, frías por la ausencia de claridad. Pero el alma deja que sus aguas se mez­clen, y las del fondo suben con turbiedad y frio para cambiarse con las cáli­das que abrazan el sol y el aire;  que ambas tengan oportunidad de proclamar existencia. El hombre es obscuro por sus llamados desconocidos y claro por su con­tacto con el aire: el ser humano pleno se apropia de la totalidad de su lago. Esa fue la conversación en el parque, obscurecido ya por el tiempo de lluvia.

 Se ha inicia­do una relación de curiosa humanidad.
         
Otro día aparece el motivo de la madre. Dice el maestro que es mujer de exigencias espirituales definidas: Bach, Beethoven, que ella toca en el severo piano; y conoce a Homero, a Eurípides. Todo el clasicismo en el pequeño estudio donde viven. El alumno imagina esa sala repleta de libros abiertos a la curiosidad, y piensa que la sonata treinta y dos de Beethoven que dio fin al género, puede escucharse de modo peculiar en esa sala de misterios, mientras el hijo maestro recoge la agonía del hombre, para llevarla luego al aula de la clase de  filosofía. Lo ha dicho casi forzado en confesión, porque el discípulo insiste.
         
El paso de los días alimenta la relación entre ambos. Cada vez se hacen más extensos los motivos de enfrentamiento intelectual, pero siempre en los pasillos de la Universidad, pues el maestro no quiere abrir su casa. Quedará oculta la sesión iniciática de música y pensamiento que se desarrolla en una silenciosa calle de la ciudad.  Los perros y el murmullo  de la noche serían únicos espectadores.
         
El alumno piensa un día que debe visitar al maestro. Se acerca la navidad y ese es un motivo para aproximársele, sobre todo después de tantas charlas en torno a los temas que los conmueven.  La explicación del quehacer del escritor en el mundo social; de nuevo la vanidad del que siente que las palabras han consagrado la gloria: el escritor tiene siempre proximidad con Dios, porque se proclama dueño del saber desde el pasado, o lo da a los contemporáneos que lo acompañan en el silencio y que secundan su obra, o espera la llegada del futuro. Siempre con la antorcha de la gloria.
         
Este es el día apropiado para visitar al maestro: conocerá su mundo reducido en espacio, inmenso en profundidad. Estará la madre frente al piano esbozando el segundo y último tiempo de la Sonata treinta y dos de Beethoven, y el hijo escuchará con devoción mientras compone algunas ideas en las que se mezcla el análisis filosófico con la inquietud del arte. Quizás un poema; tal vez la composición del ideario del buen decir y de la plena felicidad burguesa.

Estarán sentados en la pequeña sala, luces bajas y un silencio otro, porque sólo debe escucharse el arpegio que da el piano y el rasgar de la pluma.
         
Llega a la vieja casa de departamentos, visitada por el viento de la temprana noche, y halla en la puerta el aviso que anuncia la casa del maestro: tercer piso, Nº 3.  Sube las escaleras de madera, crujientes como el recuerdo, y alcanza el tercer piso. Sabe que no ha sido invitado pero que la acción de la amistad justifica el atrevimiento; y está ante la puerta y toca suavemente: sin respuesta. Toca de nuevo: sin respuesta. Una tercera vez le deja oír movimientos en el interior del departamento. Es como el golpe de una caja de piano ( o de ataúd), y después  un ominoso silencio. La espera de pocos minutos lo desespera, porque continúa el silencio después de aquel golpe inexplicable. ¿Qué debe hacer?  Devolverse sería lo más conveniente pues nadie lo ha visto llegar al edificio; pero la curiosidad lo excita a buscar sentido a la contradicción y todos sentimos el compromiso de ahogar las dudas.

Gira la manivela de la puerta y siente que cede. Abre con lentitud y encuentra la la semiobscuridad: apenas una lámpara amarilla de aceite deja ver muebles redondos de noche, cortinas plegadas, olor de humedad. Un espacio pequeño dominado por un piano, una mesa llena de libros, y estantes alrededor, en las paredes, también repletos de libros, periódicos, toda clase de impresos. Nada más a primera impresión. Pero algo vivo está en el ambiente; él percibe que en ese reducto de ideas se mueven calor y color: respira un perfume intenso y ve ropajes femeninos al fondo de la pieza.

 Al acercarse a un gran ropero en el borde de la habitación, escucha crujidos en el interior de madera y siente la ansiedad del miedo, pero no es su miedo sino el que emana de algo oculto allí. Ambos lo sienten ahora: el alumno, porque ha violado el secreto de la intimidad del maestro, y el armario por guardar la sorpresa que de repente se le viene encima, en el rostro pintado de carnaval que se presenta a sus ojos con el terror de haber sido descubierto.
    
De la penumbra del mueble surge una grotesca figura. La imagen parece ser de una mujer, no obstante su gruesa corpulencia: tiene el rostro pintado y vestida de lujuria. La aparición se arroja sobre el discípulo con violencia o vergüenza, y lo hace caer.

¿La madre?

Las paredes del refugio, iluminado tenuemente con el candil del aposento, están cubiertas de fotografías de una anciana de rostro adusto, con la expresión del espíritu de la filosofía.

jueves, 24 de enero de 2013

MILAGRO MARÍA EN EL OLVIDO-IAN WELDEN-DINAMARCA




MILAGRO
MARIA EN EL OLVIDO

"Everybody knows that the boat is leaking

Everybody knows that the captain lied

Everybody got this broken feeling

Like their father or their dog just died..."

Leonard Cohen
                                I

Abro la ventana y me crujen los huesos.

Consuelo me diría que debería alegrarme, que el dolor es una manifestación de vida y que no hay dolor en la muerte. Pero yo le contestaría que hay demasiada muerte en el dolor. Muerte y sopitas y mierda. Me desplazo cual caracol de mi cama al sillón para sentarme ante la ventana y observar a los niños que juegan en el patio y a los bellos jóvenes que robándose besos y caricias desafían impunes el orden de las cosas. Ah, el sexo benefactor y fértil como una mañana ardiente. Allá ellos.

Aunque parezca una alucinación, yo fui joven y bella una vez. Y toqué pieles de todo los colores del arco iris. Pieles suaves como la superficie de la la luna y ásperas como los valles del planeta Marte. La mía era pálida y frágil. Y los hombres se mataban por poder pasar sus lenguas sedientas y babosas por ella. Mi lengua era diestra y hábil y nací con el talento de usarla para causar y causarme placeres inimaginables.

Lautaro Martín Huenchulán O´Brian, con su pelo irlandés violentamente rojo y su piel oscura e indómita de indio mapuche a la intemperie me arrebató en cuerpo y alma de mis ensueños y divagaciones de adolescente y me hinchó el vientre con cinco hijos fuertes y bien enclavados en la tierra y que ahora andan por aquí en el planeta reproduciéndose y multiplicándose como mandó el Señor. Mi amor por Lautaro aún lo tengo sujeto a mi corazón ya tan cansado y adolorido. Lo amé a pesar de sus borracheras, infidelidades compulsivas, delitos y locuras como quién ama a un árbol.

"Buenos días, señora María; anoche tuve que cambiarle los pañales dos veces... ¿se acuerda?"

"No me venga con esas tonteras a estas horas de la mañana, Consuelo. ¿Acaso no se acuerda de que yo fui una estrella de cine admirada e idolatrada?"

"Así será, señora, pero ahora déjeme bañarla y vestirla."

"No quiero que me toque!"

"¡Ya pues! ¡Huele a orina y mierda, señora María!"

"¿Y a quién le importa? ¡A mi no!"

"Tal vez la visiten sus nietos, uno nunca sabe."

"¿Mis nietos? No me haga reír."

"Bueno, en realidad son todos unos ingratos en su familia. Lleva ya cinco años aquí y jamás ha recibido visita. Ni siquiera para las navidades..."

Lautaro murió en un tiroteo en las afueras del cine Windsor. Vaya una a saber en qué lío se habría metido. Fue el día del estreno de mi primera película, la que me llevó al estrellato, la fama y todo eso. Éramos tan jóvenes y bellos, ¡Dios mío! Mis hijitos y yo lo vimos morir entre fotógrafos y hordas de público y curiosos. Yo lo alcancé a besar por última vez y sentí su aliento agridulce en mi cara y vi su alma desconcertada corriendo alrededor de su cuerpo lleno de agujeros cual gallo descabezado. Me visitó varias veces después, cuando me miraba en el espejo o estaba en la tinaja remojando mi magnífica desnudez. Pero desapareció para siempre, creía yo, cuando Esteban Poblete Larraín entró a mi vida por mi puerta principal burlándose de las buenas costumbres y el sexto mandamiento.

Teníamos ambos veinte años de edad. Mi belleza florecía como una rosa silvestre y quitaba el aliento tanto a hombres como a mujeres. Esteban, sigiloso, arrogante y mortal como la serpiente del paraíso, desterró a mis hijos a una academia militar y cuidó de que nada ni nadie estorbara nuestra loca fiesta de los sentidos. Había también otros hombres competentes que entraban y salían por mi casa las noches en que Esteban viajaba por el mundo preparando mis actuaciones y conferencias. Caían a mis pies rogándome, querían, por supuesto, mi juventud y mi belleza para si mismos. Se amenazaban de muerte entre ellos y se aliaban en contra de Esteban como una manada de mamíferos carniceros y hambrientos. Yo reía, gozaba y los despachaba al amanecer.

"¿Qué edad tienes, Consuelo?"

"Dieciocho, señora. ¿Por qué?"

"Eres bonita, ¿sabes?"

"Sí..."

"Tienes a un hombre?"

"Su sopa se está enfriando, señora María, ¿quiere que se la dé con cuchara?"

"¿Tal vez tienes muchos?"

"¿Muchos qué, señora?"

"¡HOMBRES! payasa...."

"Yo recibo mi sueldo para cuidarla y atenderla..."

"¡No seas ridícula, mujer! ¿Sabes que yo fui joven como tú una vez? Pero no tan sólo bonita sino que bellísima."

"No lo dudo."

"¿Me crees si te digo que tenía que espantarlos como a moscas?"

"Si necesita algo más toque el timbre, señora María. Tengo que atender a otros pacientes."

"Puta! Eso es lo que eres... Una maldita puta que se abre de piernas y goza. ¡Dios mío, que miseria!"

No puedo abrir la ventana. La sopa está fría y llueve tristemente como si fuera la última lluvia de todas. En mi espejo se refleja mi rostro monstruoso lleno de volcanes y cicatrices tan profundas que se me ven mis maldades, pecados y traiciones. Mis hijos enloquecidos con metralletas y vistiendo uniformes ridículos y demasiado grandes para su edad. Mis secretos repugnantes... ¿estaré en el purgatorio? El alma de Lautaro ronda por aquí como una avispa porfiada y lacha. Echo tanto de menos mi menstruación y mis dientes.

Esteban llegaba con flores y cheques de países exóticos y con un pene tan rígido que me podía columpiar de él. Y nos filmábamos para luego disfrutar de nuestras hazañas eróticas mientras cenábamos manjares que tan solo nosotros y algunos monarcas del mundo conocían. Una madrugada de domingo las bestias burlaron la guardia, entraron a nuestro dormitorio y lo mataron, simplemente. A mi no me tocaron. No vertí ni un sola lágrima para no estropear mi cara maravillosa. Mi corazón se endureció, sí, como una piedra y para siempre. Hay fotos del entierro en los archivos del mundo. Yo sonrío melancólicamente como la Mona Lisa.

Además, Walter Svendsen, un vikingo danés imponente como el sol me introdujo una mano hirviendo bajo mi vestido negro y esa misma noche lo contraté como guardaespalda, manager y amante. No saqué a mis hijos de la academia militar ya que en esa época y a pesar de su corta edad ya andaban matando gente pobre en países lejanos. Estaba en la cumbre de mi carrera, mi talento y mi belleza y la vida transcurría plácida y fértil como una primavera.

Pero en las noches cuando Walter dormía, los fantasmas de Lautaro y Esteban entraban al dormitorio completamente desnudos y armados con machetes. Se infligían heridas salvajes en un silencio aterrador y sobrenatural. Sólo se escuchaban las poderosas navajas rasgando el aire. Sus rostros pálidos y transparentes, sus ojos hueros y sus bocas azules no tenían expresión alguna. Desaparecían al amanecer nuevamente y en el dormitorio quedaba flotando un penetrante hedor a descomposición que Walter atribuía a la maldita flojera de los aseadores.

"Pero señora María, ¡no se tomó la sopa! ¿Quiere que le traiga una papillita bien sabrosa? Ya va a atardecer y tengo que prepararla para la noche."

"Tráeme un pene bien parado mejor..."

"¡Ya! ¿Empezamos de nuevo? Aquí le tengo sus píldoras."

"¡Ay, que bendición!"

"Estas píldoras la hacen sentirse tranquila, ¿no?"

"Sí, Consuelita. Es el único placer que me queda en la vida."

"¡Por Dios! Ya se cagó de nuevo! Qué olor, señora... ¿Por qué no me ha llamado antes?"

"Es el olor de Lautaro y Esteban y Walter, Consuelo. Sopa, mierda y dolor pues. Sopa, mierda y muerte..."

Le tengo terror a la muerte porque es una criatura sin respeto. Se entromete en los pocos días que me van quedando y me amenaza con la inconsciencia eterna. Se ríe de mis pobres pechos que cuelgan como pantrucas hasta mi ombligo. Se burla de mis otrora sorprendentes nalgas, hoy transformadas en algo parecido a bizcochos averiados. Lloro, a veces, cuando Consuelo me baña y alcanzo a ver la mazamorra que es mi cuerpo en el espejo grande del baño. Como materia desmoronada, Esto es un pecado cometido por Dios. O la venganza del mismo diablo. Una venganza cruel e ingeniosa. ¿Qué hora será? ¿Es día o noche? ¿Por qué no viene Walter a visitarme? O Angélica. ¿Dónde estoy?

No entiendo, me había olvidado de Angélica Morales, la directora y camarógrafa chilena que me abrió las puertas al mismo paraíso y desplazó a Walter de una sola mirada. Walter se suicidó como era de esperar y se unió a la confraternidad fantasmal de Lautaro y Esteban. Era la época de la liberación pero también de la más. desalmada represión. Gobiernos militares subían a los tronos llevándose en sus bolsillos la eterna sangre de los desposeídos del mundo. No es que a mi me importara. A mi sólo me importaban mi juventud y las caricias e imaginación tan fértil de Angélica. Ella asumió el poder cumpliendo sus sensuales promesas electorales mas allá de todas mis expectativas. Besar a una mujer es un milagro. Quien no haya besado a una mujer no sabe lo que es tocar el cielo. Pero besar a Angélica era como besar al ángel de la guarda.

Debería confesarme, me diría Consuelo. Si tan sólo supiera... Un hombre es un mal substituto, le diría yo. Angélica también transformó mi fama febril en mitología con su maestría profesional. Ya no era una estrella de cine adorada sino una diosa. Las multitudes se arrodillaban ante mi y lloraban con fervor. Nos reíamos y nos amábamos cual colegialas, adolescentes, no pudiendo estar separadas más de algunos minutos. Mis hijos la odiaban obviamente y por ella los expulsé de mi vida para siempre sin siquiera sospechar que yo ya estaba organizando el alud de soledad que hoy tan tan entusiasmadamente me sepulta.

Tampoco sospechaba que Angélica y yo íbamos a vivir juntas precisamente veinte años y que ella me traicionaría exactamente cuando más la necesitaba. Mi juventud se desvanecía aceleradamente como un espejismo y mi talento vacilaba ante las cámaras. Mi público comenzó a darme las espaldas y las salas de cine estaban semivacías. Y ella, aún desplegándose como un pétalo de amapola, me abandonó por una estrellita debutante lanzándola al firmamento, a nuestra cama, y a mi al tarro de la bausra. La vieja historia de siempre con la diferencia de que yo, trastornada de frialdad, las masacré a balazos una afortunada y calurosa nochebuena con el viejo revólver oxidado pero aún eficaz de Lautaro Huenchulán. Y la cárcel, bueno, había muchas angélicas. Años y años interminables de angélicas a mi entera disposición. También insaciables lautaros, estébanes y walters ad libitum. ¡Consuelo!

"¿Llamó, señora María?"

"Quiero morirme ahora, por favor."

"Creo que es mejor que se tome sus píldoras..."

"Y no quiero a un sacerdote vestido de negro ni a mis hijos ni a mis nietos. ¿Tengo nietos, Consuelo?"

"Si señora. Tiene muchos nietos y nietas según sus papeles."

"¿Y mis hijos dónde están?

"Sus cinco hijos murieron por la democracia, señora."

"¿Democracia? ¿Quién es ella? ¿Es tan linda como fui yo?"

"Señora María, tómese sus píldoras y duerma un poco, le va a hacer bien."

"Así que Democracia los pillos. El mundo siempre gira en torno a una mujer bella con nombre de artista..."

Que extraño, me volvió mi menstruación esta mañana mientras intentaba abrir la ventana. Primero sentí la conocida gotera entre mis piernas y luego el chorrito caliente y reconfortante. Y me salió un nuevo diente, un incisivo brillante y pulido como una perla. Esto no es como debe ser. No debería estar ocurriendo. Añoro las manos tibias de mi madre y la voz serena y firme de mi padre. Consuelo ha entrado a mi cuarto vestida de novia. Viene del brazo de Lautaro Martín Huenchulán O´Brian quien luce su traje negro y su corbata roja de siempre. Lo escoltan Esteban Poblete Larraín y el vikingo, Walter Svendsen. Ambos llevan ametralladoras colgadas de los hombros. Angélica Morales viene entrando solemnemente con una vela encendida. Yo no puedo hablar ni moverme. Cinco soldaditos famélicos toman posición de combate alrededor de mi cama. Uno de ellos abre la ventana y me sonríe con ternura. Entra una brisa muy fresca, mis huesos crujen y logro cerrar los ojos.
 "Allá ellos" alcanzo a pensar.

Agosto 2009

Ian Welden, Dinamarca, Chile © 2009

ian.welden@mail.dk

Dibujo de Maritza Álvarez

http://verbal-maritza.blogspot.com

Otros cuentos del autor en Proyecto Sherezade:


 Milagro: Mi querida Calle Larga de Valby

Milagro: Tu mano en la ventana del tren

Milagro: Los hombres también lloramos
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