viernes, 25 de enero de 2013

"EL MAESTRO" ALEJO URDANETA -VENEZUELA



"EL MAESTRO"

          Cuando salía de la Biblioteca, se topó con el maestro. Siempre lo ha venerado, por darle más que lecciones de filosofía y semántica. Es porque el maestro le ha abierto los sentidos hacia la sensualidad de la música, y ha emparentado la sabiduría del pensamiento abstracto con la presencia casi pétrea de una sinfonía o de un cuento literario.

Al maestro debe estas impresiones en su espíritu, y él trata de hablarle para conocerlo más, para saber de su vida,  porque nadie le ha dicho cómo es el maestro.

Sólo se repite en los pasillos de la Universidad que es austero y que vive con su madre; que ambos son melómanos y dedicados al ejercicio de las funciones del intelecto. Nadie conoce a la madre; sólo es la voz de las aulas la que afirma que es dama de estricta presencia que da a su hijo fuente de cono­cimiento para que enseñe lecciones de rígida moral dentro de formas preciosistas: la filosofía y el arte emparentados para ordenar la naturaleza humana.
         
Se ha propuesto acercarse mañana y decirle de sus inquietudes como aspirante a escritor, decirle también que comparte gustos como los que él y su madre disfrutan en solidaria comunión espiritual. Lo hará mañana.
         
La clase de filosofía acerca de la Fenomenología  de Husserl fue importante. La disyuntiva que ofrece la realidad al ser que piensa: ¿Existe por sí misma o requiere de la participación del otro para que sea verdadera realidad?   Había aceptado la tesis de Husserl y en cada recodo del camino a su casa se decía que esa piedra que veo no existe si no soy yo complemento de su existencia.

Decidió abordar al maestro al concluir la clase.
         
Reticencia al principio.  Los temas de clase ya son de todos, y pasar más allá no está permitido; pero deja abierta una posibilidad para más tarde: mañana o pasado mañana.

 Otra conversación en el parque al lado de una laguna. A solas, el pensamiento profundo es apetecible.

Le dice el maestro que el hombre es como un pequeño lago de gran profundidad cuyas aguas tienen distinta densidad: las de la superficie son claras y reciben el frescor de la montaña; las del fondo son obscuras y turbias, frías por la ausencia de claridad. Pero el alma deja que sus aguas se mez­clen, y las del fondo suben con turbiedad y frio para cambiarse con las cáli­das que abrazan el sol y el aire;  que ambas tengan oportunidad de proclamar existencia. El hombre es obscuro por sus llamados desconocidos y claro por su con­tacto con el aire: el ser humano pleno se apropia de la totalidad de su lago. Esa fue la conversación en el parque, obscurecido ya por el tiempo de lluvia.

 Se ha inicia­do una relación de curiosa humanidad.
         
Otro día aparece el motivo de la madre. Dice el maestro que es mujer de exigencias espirituales definidas: Bach, Beethoven, que ella toca en el severo piano; y conoce a Homero, a Eurípides. Todo el clasicismo en el pequeño estudio donde viven. El alumno imagina esa sala repleta de libros abiertos a la curiosidad, y piensa que la sonata treinta y dos de Beethoven que dio fin al género, puede escucharse de modo peculiar en esa sala de misterios, mientras el hijo maestro recoge la agonía del hombre, para llevarla luego al aula de la clase de  filosofía. Lo ha dicho casi forzado en confesión, porque el discípulo insiste.
         
El paso de los días alimenta la relación entre ambos. Cada vez se hacen más extensos los motivos de enfrentamiento intelectual, pero siempre en los pasillos de la Universidad, pues el maestro no quiere abrir su casa. Quedará oculta la sesión iniciática de música y pensamiento que se desarrolla en una silenciosa calle de la ciudad.  Los perros y el murmullo  de la noche serían únicos espectadores.
         
El alumno piensa un día que debe visitar al maestro. Se acerca la navidad y ese es un motivo para aproximársele, sobre todo después de tantas charlas en torno a los temas que los conmueven.  La explicación del quehacer del escritor en el mundo social; de nuevo la vanidad del que siente que las palabras han consagrado la gloria: el escritor tiene siempre proximidad con Dios, porque se proclama dueño del saber desde el pasado, o lo da a los contemporáneos que lo acompañan en el silencio y que secundan su obra, o espera la llegada del futuro. Siempre con la antorcha de la gloria.
         
Este es el día apropiado para visitar al maestro: conocerá su mundo reducido en espacio, inmenso en profundidad. Estará la madre frente al piano esbozando el segundo y último tiempo de la Sonata treinta y dos de Beethoven, y el hijo escuchará con devoción mientras compone algunas ideas en las que se mezcla el análisis filosófico con la inquietud del arte. Quizás un poema; tal vez la composición del ideario del buen decir y de la plena felicidad burguesa.

Estarán sentados en la pequeña sala, luces bajas y un silencio otro, porque sólo debe escucharse el arpegio que da el piano y el rasgar de la pluma.
         
Llega a la vieja casa de departamentos, visitada por el viento de la temprana noche, y halla en la puerta el aviso que anuncia la casa del maestro: tercer piso, Nº 3.  Sube las escaleras de madera, crujientes como el recuerdo, y alcanza el tercer piso. Sabe que no ha sido invitado pero que la acción de la amistad justifica el atrevimiento; y está ante la puerta y toca suavemente: sin respuesta. Toca de nuevo: sin respuesta. Una tercera vez le deja oír movimientos en el interior del departamento. Es como el golpe de una caja de piano ( o de ataúd), y después  un ominoso silencio. La espera de pocos minutos lo desespera, porque continúa el silencio después de aquel golpe inexplicable. ¿Qué debe hacer?  Devolverse sería lo más conveniente pues nadie lo ha visto llegar al edificio; pero la curiosidad lo excita a buscar sentido a la contradicción y todos sentimos el compromiso de ahogar las dudas.

Gira la manivela de la puerta y siente que cede. Abre con lentitud y encuentra la la semiobscuridad: apenas una lámpara amarilla de aceite deja ver muebles redondos de noche, cortinas plegadas, olor de humedad. Un espacio pequeño dominado por un piano, una mesa llena de libros, y estantes alrededor, en las paredes, también repletos de libros, periódicos, toda clase de impresos. Nada más a primera impresión. Pero algo vivo está en el ambiente; él percibe que en ese reducto de ideas se mueven calor y color: respira un perfume intenso y ve ropajes femeninos al fondo de la pieza.

 Al acercarse a un gran ropero en el borde de la habitación, escucha crujidos en el interior de madera y siente la ansiedad del miedo, pero no es su miedo sino el que emana de algo oculto allí. Ambos lo sienten ahora: el alumno, porque ha violado el secreto de la intimidad del maestro, y el armario por guardar la sorpresa que de repente se le viene encima, en el rostro pintado de carnaval que se presenta a sus ojos con el terror de haber sido descubierto.
    
De la penumbra del mueble surge una grotesca figura. La imagen parece ser de una mujer, no obstante su gruesa corpulencia: tiene el rostro pintado y vestida de lujuria. La aparición se arroja sobre el discípulo con violencia o vergüenza, y lo hace caer.

¿La madre?

Las paredes del refugio, iluminado tenuemente con el candil del aposento, están cubiertas de fotografías de una anciana de rostro adusto, con la expresión del espíritu de la filosofía.

5 comentarios:

  1. Un placer disfrutar de tus letras.
    Un fuerte abrazo querido amigo.

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  2. Apreciable Alejo, gracias por compartir tus letras, mismas que incitan a leer hasta el final, siendo un deleite el leerte, felicidades por ésta estupenda redacción, enorme y fraternal abrazo.- José Antonio Loyola Romo de Vivar. http://rinconpoeticoloyola.wordpress.com/

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    1. Me ha gustado y me ha ayudado a desconectar del día.
      También he podido reflexionar a través de tus letras
      Gracias!!!
      Un abrazo

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    2. Alejo mil gracias p rtu invitaciçon , pos si el maestro es y mucho mas , es mas profundo que ese lago , y es cierto me lo imaginado asi muchas veces , me encantó , un abrazo desde mi brillo del mar

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    3. Como siempre, Alejo, un placer leer tus letras...

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