viernes, 28 de junio de 2024

CARLOS ÓRDENES PINCHEIRA "MORIR O CANTAR" -NICUENTOS-CHILE



Tu cuento. América, lo es una ruptu al cuento: son Nicuentos...

Carlos Ordenes Pincheira

MORIR O CANTAR

Nicuento

Hace frío. Aunque la noche invita a la ensoñación, allá arriba, los astros son helados y la luz
cae confundida con la escarcha.

Tirado en el barro me estremezco. Un pájaro grazna sobre mi cabeza. Canto agorero, presagio
de algo imprevisible, quizá un derrumbe de terrones secos. O la sombra empedernida en que yaceré.
´
Inmovilizado por tantas heridas, sólo puedo mover los ojos, el mundo es como una carpa de circo,
azulada, cuajada de hielo. En mis oídos, las hijas susurran cánticos fúnebres. Moriré. Y no lloro ni
gimo. Estoy asumiendo mi partida con serenidad. Hasta me gustaría cantar mi
último tango, ese que siempre le dedicaba a Carmen. “dejame que te diga despacito, bomboncito,
bomboncito, dueña de mi corazón...”

Hace ya mucho que la sangre dejó de manar. Me siento próximo al desvanecimiento.Dos leopardos se acercan... me miran casi con desprecio y se van...Todo me duele. Cierro los ojos. Creo que así debería esperar el último minuto, ese que talvez me lleve a un cielo distinto a los que que conozco.

No puedo dejar de mirar esta inmensa carpa azul salpicada de remaches plateados. Quisiera que ella
estuviera acá, pusiera su mano sobre mi frente disgregada por el dolor. Tengo sueño bajo los
párpados y la veo sonreír mientras camina hacia la estación...

No sé si habré dormido un minuto o dos horas. Me sentía como abandonado en un baño turco. Y una sensación de caer, caer hacia el fondo de un pozo oscuro, poblado de fauces abiertas.. Al abrir los ojos, una gota de espanto recorre mi piel, a
sacude mis raíces. Frente a mi una figura fantasmal. No parece real. Pestañeo. Es un hombre de mirar suave. Nunca lo he visto antes:viste ropas de otro siglo. Parece un espadachín. No sé por qué le digo que se vaya.
-¡Levántate!--es una voz autoritaria- ¡Nada eres si continúas en el lodo! ¿Levántate...!

-Estoy herido de gravedad -casi susurro- ¿Sabe? He perdido un río de sangre...
El ve mis heridas. Se ríe.

-¡Es nada! ¡Nada! ¡No son tus enemigos los que te dejaron así! ¡Fuiste tú!
-¿Y la sangre, la inventé? ¿Y los cuchillos hundidos en mi cuerpo?
-¡Son tuyos!

-¿Míos? Yo no he clavado ese acero en mi abdomen... ¿Lo hice yo mismo?

El hombre me exige que lo siga. No puedo moverme, estoy pegado al barro y se ha secado con mi sangre. No puedo. No. Quiero enmudecer aquí. No hay ya horizonte. Todo está perdido...

-Es la hora! ¡Debes levantarte y caminar!

El hombre de otro siglo se ve decepcionado ante mi resistencia. Empieza a correr, a
desaparecer, poco a poco.

-¡Sígueme...!
Miro hacia la distancia, el hombre está ya muy lejos. Hago un nuevo esfuerzo, crujen mis huesos, aunque ya no me duelen tanto. ¡Lo alcanzaré! Con gran dificultad empiezo a caminar, luego a correr...
deberé alcanzarlo antes que desaparezca...

Carlos Ordenes Pincheira

miércoles, 14 de febrero de 2024

LA ENCOMIENDA _ MARÍA CECILIA ROJO REDOLÉS (MARU ROJO) _CHILE


"LA ENCOMIENDA”    

De la mano recorrimos cerros y quebradas en el norte verde acompañados de mulas y cabritos, acampamos a orillas del rio Maipo escuchando el lamento de las montañas, nos bañamos desnudos en la mar horconina, salimos a pescar en noches de luna llena en la caleta de Guanaqueros, leímos a Becker en plazas abandonadas, fumamos marihuana en los jardines del Pedagógico entre logaritmos y funciones, celebramos el triunfo del Compañero Presidente, caímos presos y fuimos torturados por orden del tirano, y mucho más…pero un día soltaste mi mano para recorrer el mundo con un nuevo amor y cumplir tu sueño.
Entre sollozos me pediste perdón, te habías enamorado, tu destino era el Tíbet.
Han pasado más de cuarenta años desde aquella despedida, nunca más supe de ti, ni una carta, ni un llamado, eterno silencio.
Hoy día en que me encuentro descansando bajo la sombra del canelo que plantamos juntos en el antejardín de nuestra casa, llega una encomienda que envías desde Barcelona. La recibe Penélope, nuestra hija, a quien dejaste de ver
cuando tenía ocho meses de vida, después de implorarte que no te la llevaras. Aún creo escuchar crujir tu corazón de madre al despedirte de ella. Le pido que no la abra, ya no vale la pena, he quedado ciego de tanto llorar tu ausencia.
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María Cecilia Rojo Redoles. 1946, Profesora de Matemáticas Escuela Industrial Quinta Normal. Exonerada política en 1973 por la Dictadura y con prohibición de ejercicio de su profesión en forma definitiva.
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