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LORELEY
Todos los días, a la misma hora, sensible y extasiado
contemplaba su figura venir a mí, envuelta en el aroma de las flores más
perfumadas y moribundas, bañándose la piel de aquella fragancia de blandas
rosas que nos unió para siempre. Loreley, mi Loreley, la única, la más bella
entre las bellas meciendo sus cabellos rojizos con los últimos destellos del
atardecer. Durante horas, recostados sobre los verdes campos y abrazados en
consonancia con las aves, que, paseándose sobre nosotros, sonorizaban nuestro
amor... ¡Dios, cuanto reíamos sin dejar de besarnos! Loreley, la única, la más amada entre las
mujeres de esta Tierra. Ellos nos separaron pensando que todo terminaba con esa
injusta actitud, autoritaria y medieval, de pensar que un pobre no puede amar a
una aristócrata, o un judío enamorarse de una mujer cristiana sin tener que
pasar por la censura de los hipócritas. Intentaron asesinarnos al hallarnos
desnudos sobre el heno en aquella dorada caballeriza del padre de Loreley, mi
amada. Pero nuestro amor pudo más. Logramos huir por los techos de la mansión
hasta un río donde perdieron el rastro de nuestros cuerpos en fuga. Heridos,
sangrando juventud en cada lágrima, nos alejamos de aquel lugar y de sus vidas
para siempre. El amor nos mantuvo unidos, hasta hoy,
lejos de la soberbia, la avaricia, la ignominiosa tortura a la que fuimos
sometidos durante tantos años. Ni la muralla más alta sería impedimento si la
perdiera. Nada lograría detenerme. Desbordante mi pasión lamería sus huellas
como un lobo herido por los cielos y los mares, y si fuera el inframundo
aquello interpuesto entre ella y yo, bajaría cual Orfeo al Hades a buscarla
entre los muertos a esa venerada mujer por mí llamada Loreley, y en mis brazos
la traería vaciándonos en el beso más profundo que recuerde ser alguno. Y
si acaso no pudiese retornarla yo con ella sufriría en los fuegos del infierno.
–¡Te amo, Judah! –exclamó.
Así estuvimos hasta que dieron las doce menos un minuto. Nos despedimos tiernamente para volver cada uno a su tumba, hasta el siguiente día, como hace más de un siglo.
–¡Te amo, Judah! –exclamó.
Así estuvimos hasta que dieron las doce menos un minuto. Nos despedimos tiernamente para volver cada uno a su tumba, hasta el siguiente día, como hace más de un siglo.
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NOTA:ESTE CUENTO APARECIÓ EN UN DIARIO DE ESPAÑA, PUESTO QUE LORELEY OBTUVO EL PRIMER PREMIO EN EL CENTRO GALLEGO ROSALIA DE CASTRO, DE BUENOS AIRES .
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A VECES SUCEDE, EN LA VIDA DE UN ESCRITOR, QUE EL TEXTO LO SUPERA. SI BIEN HA SIDO ESCRITO POR ÉL, PASA A TENER IDENTIDAD PROPIA, Y SE CONVIERTE EN UN HIJO INDEPENDIENTE, EN UN SER CON VOLUNTAD PROPIA PARA VOLAR LIBREMENTE... ESTE ES EL CASO DE «LORELEY», MI HIJO PRÓDIGO. ME HALLO TAMBIÉN, EN UNA PÁGINA CON VIDA PROPIA, PUES ENCANTA MÁS QUE LO QUE SU CREADORA HUBIESE IMAGINADO... GRACIAS QUERIDA AMÉRICA POR INSERTARME EN TUS PÁGINAS. ME HONRA. A TUS ÓRDENES. J. J. CAMERON.
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