miércoles, 19 de octubre de 2022

EL MILO _ ALFREDO ABURTO MARCHANT_CHILE


   El MILO                                                    
 Era un local pequeño, oscuro, en una callecita estrecha, paralela a otra en la que grandes negocios de repuestos de automóviles, acaparaban el interés de mirones y compradores.

 Siempre evité entrar o salir por esa calle, porque lo había visto. Sin duda era él; pero sin darme cuenta, quizás por mi costumbre de ir ausente, concentrado en mis inconclusas construcciones, transité distraído el corto trazo de su umbral.

 - ¡Guatón  Leo...!   - y su voz chillona, con la entonación de mi barrio de la infancia, salió de la penumbra al  mortecino sol invernal y vino a dar contra  mi espalda con el peso de un saco de cemento.

 ¡Guatoncito querido!-   Exclamó, ya en la acera, con los brazos abiertos y su sonrisa de dientes de oro.

 -¡Negro Alfonso!-   reaccioné aparentando sorpresa y nos fundimos en un abrazo tan prolongado que me permitió percibir  el agrio olor  a tabaco y alcohol exudado de su brillosa epidermis.

 -¿Qué andai haciendo Guatón,  qué es de tu vida?

 - Trabajando pu´h Negrito, trabajando.

 - ¿Trahajando en qué gueón?, si los giles que trahajan no andan tomando sol a esta hora.  Pasa pa entro pa que conversemos un rato mas mejor.

 El interior no me sorprendió, mal iluminado, sucio, estrecho, y en un rincón una mesita, dos vasos y un envase  de dos litros,  con un resto desvanecido y un cenicero de bronce macizo repleto de puchos reventados.  En repisas de madera en bruto, repuestos antiguos y usados manchados de óxido y grasa. Al darse cuenta de mi observación continuó…

 - Pura pantalla pu´h  Guatón -  y extendió su brazo derecho en un único aleteo ralentizado de mariposa negra, para mostrarme su entorno.

- Hago mis malabares Guatón, me encargan accesorios super difíciles, de autos antiguos, de colección.  Entonces por contactos que tengo sé en el día donde hay un auto de ese modelo y mando a mi equipo nocturno a buscar lo que me pidieron.  Con cuatro o cinco movías a la semana queo pulento. Lo bueno Guatón, es que los giles que “cooperaron” también se convierten en clientes de acá, les dejo una tarjeta, hi.hi.hi......

 Mientras hablaba y reía me ofreció asiento y llenó con piscola añeja, mezclada en el envase, dos vasos marcados de pegajosos dedos.

 Era el “Poncho” más hijo del  barrio que de su madre,  con muchas historias que contar.  La mitad de ellas solo mentiras, las otras magnificadas hasta lo ridículo.

 Se sentía tocado por una varita virtuosa cuando acertaba con un apodo cruel y despiadado para un aparecido en el grupo de la esquina.  Casi lloraron de impotencia “el pata de chula” , “el guagua”, “la pingüina”, “el Bocacho”, “el mano muerta grande y el chico”,  “el treintitres”, ”el dolly-pen”,  “la mini puta”, “el cogote e´ chuzo”, “el Milo”.... “El Milo” media dos metros de altura, de  ternura e inocencia.  No lo bautizó “Milo” aludiendo al tarro gigante de un producto lácteo, tampoco por llamarse Camilo...  se llamaba Bernardo.  Le puso “Milo”, por ser, según él, hijo único de su mamá soltera y del prehistórico Milodón patagónico.

 Era fácil ubicar al Poncho, las risas que a borbotones  manaban del montón de pelusones reunidos en la esquina, denunciaban su protagonismo parásito a expensas del gil de turno.

 -¿Seguís en la mecánica Guatón?

 - Si negro

 - Hartos años que llevai en eso, ¿porqué no hay cambiao?

 - No me incomoda Negro, me ha dado para pagar la educación de mis cabros, para vivir, es una pega independiente, y Negro....  no me he quedado nunca cesante. 

 - El otro día estuve con mi compadre-  Dijo después de un trago y girando el vaso sobre la mesa.

 Su compadre “Choe”, como lo apodaban, era quién más gozaba con su show, su admirador desde que lo vieron sus ojos, su guía espiritual en el primer cigarrillo de hierba mate,  en su primera borrachera con cuba libre hasta perder el conocimiento, y en el regreso a la vida con una aspiradita por la nariz

 Lo que “El Choe” no aprendió de su compadre fue a parar en el momento exacto en que “el gíl de turno” era una olla a presión con la válvula pegada, y continuaba embalado haciendo él un pobre segundo acto, dedicado explícitamente a su maestro, hasta que le bajaban el telón de un puñetazo en el hocico.

 -¿Y qué esta haciendo el Choe?

 - Tiene una fábrica de cuchuflis. “Don Choito” se llama.  Empezó con poco capital mi compadre, el manjar le alcanzaba pa las puntitas hi, hi... y Guatón ¿Hay visto alguien del lote?... porque ya no quea ningún conocido en el barrio con esto de la “redemolición” urbana.  

 -Al “Milo” lo vi hace tiempo, me parece que estaba como cuidador de un taller por Alameda abajo.

 - ¿Y sigue usando el gorro con esas orejeras que se abrochaban por encima de la cabeza?

 - No pu´h Negro, el pelón  de la tiña ahora  se lo tapa con una peluquita.  Si no es por el porte no lo habría reconocido de primera.

 - Hi..hi..hi...., con peluquita, hi..hi.. No la caguis Guaton, hi..hi..hi... - no podía parar de reír, se estremecía entero, le saltaron las lágrimas.  Cuando pudo calmarse, se mandó lo que quedaba en el vaso y continuó.

 - Hi..hi..hi... no Guatón, no fue la tiña.  Vos no llegabai al barrio todavía cuando pasó lo del “Milo”...

 El Poncho me había capturado una vez más, después de tantos años. Me tragué la carnada, el anzuelo, y me acomodé resignado a lo que viniera. 

 - ¿Te acordai del canal?   Bueno, en tu calle estaba pavimentado, en la mía estaba tapado con tablones, la mayoría podríos y quebraos.  Jugábamos una pichanga, todos de no más de diez años pu´h Guatón,   medio oscuro ya  pu´h Guatón.  - El último gol gana-  dijeron los de la otra cuadra.... y lo metieron ellos.  Al Milo lo teniamos detrás del arco y también se le pasó, salió corriendo detrás de la pelota que se fue dando botecitos en los tablones,  El Milo dio varios saltos tratando de cazarla hi..hi...hi... y pasó cagando pa bajo hi..hi..hi....

 Me levanté de la desvencijada silla para mover mis piernas entumecidas y solo por interrumpirlo le comenté.

 - Era verano supongo,  porque si no el pobre Milo se habría ahogado.

 - No,  Guatoncito, era invierno y lluvioso... como los de antes.   El canal venía llenito y hacía ese ruido como de tren en túnel que te paraba los pelos.

 - Eso si que no pu´h Negro-  dije empujando la silla hacia la mesa, y con un chasquido de dedos por sobre mi hombro…  -   Esa no te la cree nadie, ¿en invierno?  ¿con esa corriente?... todos se morían.

 También se paró tirando atrás la silla, y apoyando su brazo izquierdo como un puntal sobre la mesa se echó hacía adelante, formó una cruz con el pulgar y el índice de su mano libre, le dio un sonoro beso, y me la tiró a la cara.

 -¡Por esta!... ¡por esta que es cierto!..  ¡Puta Guatón, yo creía que vos sabíai esta historia.

 Volvió a sentarse al mismo tiempo que se apropiaba de mi vaso, sacó de un bolsillo un paquete de cigarrillos trasnochados que en un movimiento de muñeca se asomaron y los puso a mi alcance.

 - No Negro, ya no le hago al humo.  

 - Ni tomai, ni bailai apretado, ni te gustan las mujeres hi..hi..hi...  siéntate gueón porque esta es de la vida real.

 Obedecí con desgano, porque ya no tendría una nueva oportunidad para zafarme.  Mi tiempo le pertenecía.

 Encendió un cigarrillo, le dio una chupada profunda, la aspiró hasta lo más recóndito y se la acomodó con un buen trago, para no devolver el humo.

 - Gueno pos Guatón,  se cayó el Milo, quedó el griterío de cabros y empezaron a salir las viejas y los viejos, los perros, los curaos y el barrio en pelotón partió corriendo pa´ la línea del tren, dos cuadras mas abajo, donde el canal se abría en río y  los ahogados quedaban atascados en las rejas que, vos sabis, eran para que no siguieran a juntarse con el Mapocho.

 Mientras tanto ya habían ido a avisarle a doña Orfa, la mamá del Milo.
¿Te acordai que trahajaba de fámula pa´ lla pa´ rriba.?  Como volvía muy de noche no hubo caso.

 Llegamos a la línea y el Milo ni señas, de Ripley Tongüa, más todavía con el portecito del gueón, ni cagando pasaba por entremedio de las rejas.

 Esperamos harto rato y el Milo no llegó.  Se juntó mucha gente cuando llegaron los pacos y los bomberos con reflectores. Se hizo muy tarde y escuchamos que al otro día iban a secar el canal.  Nos fuimos apenados pensando que a lo mejor el Milo estaba agarrado de algo, a punto de desmayarse, o que podría estar acorralado por los guarenes en alguna alcantarilla.  

 Cuando llegó doña Orfa  a la entrada del pasaje, la gente se le fue encima, le contaron y  ahí mismo se desmayó.  Le sacaron la llave de la chauchera, abrieron la puerta y la entraron en andas a la pieza que era living, comedor, cocina, güater.... y… en la cama...  el Milo, en blay, en pelotas Tongüa, medio ido y sujetándose con las dos manos en la cabeza un trapo ensangrentado.

 Se supo todo.  Según contó el Milo, lo agarró el canal, lo subió, lo bajó, lo raspó contra en fondo, contra un lado y el otro, y él, tirando manotazos perdidos se colgó de unas raíces.  El agua llegaba casi al techo, y la cueíta, el viaje había sido cortito, hasta las planchas de fierro que tapaban la veréa del canal en  la otra cuadra, y así, agarrado  de las raíces, empezó a meterle cabezazos a una plancha.
 ¿Te acordai del Medio Pato?... El “Loro” de la botillería del maricón Segundo pu´h Guatón, bueno,  estaba durmiendo, muerto e´curao, cuando sintió que se le  movía el piso, se hizo a un lao y vio que la tapa saltaba un resto y se oía un Tummm y volvía a caer...y Tummm, y otra vez. Oye Guatón,  cuántos cabezazos se habrá pegado el “Milo” antes de que el mate güeas  del “Medio Pato” se acomidiera a meter los deos en la juntura pa´empezar a levantar..
 Cuenta el “Milo” que vio algo de luz, el borde, tiró una mano, tiró la otra y le metió el último cabezazo milodónico hi...yo creo que con el hueso pelado de la cabeza, hi, hi,  La plancha saltó a la chucha y el “Medio Pato”, espantao , andaba diciendo después que había  visto salir un monstruo del canal, hi, hi, grande, blanco y pelao, con tiras colgando de papeles cagaos, que había corrido hasta la esquina  y desapareció.
 El canal, Guatón,  le sacó toda la ropa, lo dejó en pelotas, y así llegó a su casa. Nadie lo vio, nadie, porque todos los güeones estábamos  esperándolo en la línea.
 Después, haciéndola cortita,  lo llevaron a la Posta, le  hicieron vomitar toda la caca que se había tragado, hi, hi, hi, y le cosieron el cuero e´ la cabeza pu´h Guatón, Yo no sé qué cagá se mandaron los doctores, porque está bien que nunca más le saliera pelo, pero está mal  pu´h Guatón,  el colorcito que tomó la pelaúra, ¡rojo poto e mono pu´h gueón!, ¡poto e mono!, hi, hi. hi. - Y su cuerpo grueso, más que cuarentón saltaba en la silla. Nuevamente sus ojos cerrados parían  gordas lágrimas de gozo por el rotundo remate en el relato  de una historia tantas veces contada, en forma distinta.

 - No por eso....ahhh –comentó, ya recuperado, terminando su trago- vamos a llevar una vida seca- Y golpeó el vaso contra la mesa.
 -Me voy Negrito, estuvo buena la cháchara.
 -Espera un poco Tongüita...¿por qué no la seguimos el viernes?... Mi compadre Choe quedó de pasarme a buscar para ir a comernos una “necar”, le gustaría verte.
 -No se Negro. No sé si pueda porque...
 -Porque te pusiste “Macabeo” gueón...Te manda tu señora ¿Sabís Tongüita? Le voy a decir a mi compadre que el viernes a las ocho vai  a estar aquí güeón,  y no se hable más.
 -Ahí voy a ver  pu´h Negro.
 -¿Por qué no te ubicai al “Milo”  y lo traís?..., siempre se  me aparece como un fantasma  y me baja una pena Guatón...
 -Es que lo tuviste de material por años pu´h Negro y eso te pesa en la conciencia.
 -Eso será pu´h Tongüita. Me gustaría reivindicarme con él, hi..hi… loréa la palabrita…, y sacarme la mochila..
 -Bueno Negro, si todavía está en mi barrio puede que lo encuentre, y ahora sí que me voy huevón, porque me atrasé más de la cuenta.
 Nos paramos, nos abrazamos, creo que algo noble había  germinado en el Negro en estos años sin vernos. Ya en la puerta me palmoteó la espalda  como se despide a un recluso  con salida dominical y sentenció.
 -El viernes Tongüita… a las ocho.
 En menos de una hora  de llamarme Leonardo, retrocedí a todas las formas de nombrarme ya olvidadas: Guatón, Guatoncito, Tongüa, Tongüita. “Guata” no me había dicho, pero ya vendría.
 “El viernes a las ocho”, tarea : ubicar al “Milo”, convencerlo para salir, decirle que nos vendríamos temprano,  El “Negro” con dos botellas ya estaría borracho. Le daría por llorar y pedir perdón. Se le colgaría del cuello,  y besándole el escapulario -si es que aún lo usa- pasaría horas diciéndole “putas que te quiero conchetumadre, perdóname culiáo, perdóname”.- Y el Milo, consolando-, “No llorís Ponchito si ya pasó. Yo nunca te hice caso. No vis que yo tamién me reía. Y cuando lloraba era porque me dolía el  pecho, por ser solo, o por otra cosa, o de  tonto no má”.
 Así, haciendo rebotar imágenes y voces en la pared interior de mi frente, bajé al Metro que, atiborrado,  exhalando su tufo podrido por miles de pulmones, por sudores falseados y gases anónimos, me acogió en su  vientre fóbico.
 Tenía que ser hoy; ¿o mañana?. Hoy era probable  que alguien me informara de él, mañana… quizás...estación “Pila del Ganso”.
 Caminé  hasta la calle Ecuador. Entre al frío ámbito de una maestranza. Los trabajadores con el pelo mojadito, salían, irremediablemente a la noche. Las máquinas, sin ellos,  estaban quietas y mudas. Sólo, envuelto en aromas de acero y solventes, ordenando papeles… el dueño.
 -Buenas don Lucho.
 - ¿Cómo le va maestro Leo?
 - ¡Bien don Lucho!...¿Sabe?...Vengo de pasadita a ver si me ayuda a encontrar a un amigo.
 - ¿De quién se trataría?
 -Hace años me lo encontré aquí mismo...Se llama Bernardo. Mide como dos metros. Tiene unas patas de este porte. De boca chiquita con los dientes  chuecos...
 - Bernardo no,...Usted busca al “Milo” maestro Leo.

 Un apodo, su nombre. Tal vez porque lo sintió  articulado por las voces más queridas de su niñez, por sus amigos y los padres de sus amigos, por el almacenero abusivo  que, por unos dulces,  lo hacía mover  de aquí para allá y de allá para acá, pesados sacos y cajones, por el cojo de la carbonería, que tantas veces lo mandó tiznadíto de regreso a su casa con unas monedas empuñadas en su bolsillo. Su madre, que apenas oscurecía salía  a derramar su amor al aire, gritando: “¡Miiiilo”!:....”¡Miliiiito!”. Y  mi propia voz, que lo llamó tantas veces para que viniera a mi lado a escuchar mis penas de niño y el ponía toda su atención, para  entender… nada. 
 El “Milo” acogió, en su alma, su apodo  ancestral y se ungió con él para siempre.

                       - Usted busca al “Milo”. El grandote de la peluquita.  
 - ¡Ese mismo, don Lucho...ese mismo!

 Como me indicó, a tropezones y puteando, entré por esa abandonada y oscura calle, dos cuadras hacia el norte por la fragmentada acera oriente. Al finalizar la segunda, encontré un ancho callejón sin salida  formado por dos largos muros. Uno, el de la derecha, de una fábrica de conservas. El otro, con herrumbrosas flechas en el lomo apuntando al cielo, circundando una escuela. Al fondo,  detrás de unos montículos  de arena húmeda y lavado ripio, colindando al fondo con la conservera, el portón abierto de un taller del que salió un inmenso perro negro como la noche, lanudo y engrasado, que vino a mi encuentro gruñendo y pelando los dientes.
                       - ¡Quieto, Jack!
 La orden  salvadora brotó desde lo profundo  de una larga excavación y una cabeza se asomó al borde para mirar  hacia la mal iluminada entrada donde estaba yo, envarado, con el perro calentándome las pelotas con el tufo.
 - ¡Atrás, Jack!...¡ Diga quién es y qué quiere!
 Por la dificultad que siempre tuve para ver en la  penumbra, no podía distinguir los rasgos del gigantón que  ya estaba fuera del foso con una pala amenazante  terciada contra su pecho.
 - ¡Quiero saber si trabaja  acá  el “Milo”! ¡Soy Leonardo Soza!
 - ¡¿Leíto?!....¡¿Guatoncito, Leo?!
 - ¡En vivo puh´ hueón, y asegura a tu perro por favorcito!
 Soltó la pala, se devoró con tres pasos los cinco metros que nos separaban, y, agarrándome por los sobacos, me encumbró por el aire, tal como el humorista  que imitara  graciosamente al papá, lanzando a la güagüita  para obtener una  divertida  mueca de origen gástrico. Y, entre risotadas  abismales, goterones de lágrimas, saltos y ladridos del perro alrededor nuestro, gritaba alborozado...
 - ¡Es el Leito, Jack!...¡Vino el Leito, Jack!, ha, ha, haa. ¡Mi amigo Leito, Jack!... Vino a verme Jack, ha, ha, haa!
 Al ponerme en tierra, dejó caer su brazo de árbol  desnudo  sobre mis hombros y me invitó a pasar.
 - Entremos Leito, a tomar té. Hace frío ueón. Yo no tengo, pero hace. ¿Te viniste solo? ¿Cómo supiste? Por acá pica el pollo ¡Tanto tiempo Leíto! ¿Tenís hambre? Te voy a hacer un sanguchito ¿Andai en auto? Menos mal que te acordaste de los pobres. En el altillo vivo yo. Subamos, no te vai a caer  no má...
 El “Milo” no sabía de diálogos. O caía en un silencio árido en el que ponía los ojos como huevos fritos mientras alguien hablaba, o se desparramaba  en una constelación  de comentarios y preguntas  que no esperaban respuesta.
 Así vivía, en el entorno que yo recordaba de su hogar en el pasaje, entre otras cosas, la cama de bronce cubierta  con su alba colcha de bolillo milagrosamente conservada , el tocador, la jofaina y el jarro esmaltado con flores azules. Su biblioteca conformada  por gruesos volúmenes  que provocaban la envidia  de todos nosotros , ya que contenía  todas las ediciones, perfectamente numeradas y cosidas, del “Pato Donald”, “la Pequeña Lulú”, “Tom y Jerry” y el “Okey”
 Vació agua en el lavatorio para sacarse la tierra que traía pegada  al cuerpo y lanzó un segundo racimo de frases cortas mientras se secaba.
 - ¡Aquí estoy yo, el taller lo desocuparon, aquí arreglamos buses, de esos que van para afuera, ahora los llevan a otro lado, mientras tanto yo hago el foso y cuido no má.
 - ¿Y tu mamá “Milo?, ¿Se quedó en el barrio?
 - No Leíto...
 Guardó un largo  y espeso silencio. Luego, el llanto fue  una llave abierta que bañó su rostro y le ahogó la voz.
 - No Leíto... La Orfita... se me murió... Me quedé solo... hace poco...en el verano...fuimos a Cartagena...por el día...Le gustaba bañarse en el mar...Con ropa Leíto...Y después revolcarse en la arena... Quiso secarse al sol...Se puso helado el día...Nos vinimos...Le dio fiebre...No me hizo caso...igual fue a trabajar... después al hospital…Duró una semana...Y se me murió no má...
 No pudo seguir. Se derrumbó en la silla rococó tapizada en hermoso brocado- herencia de su madre- , frente al espejo,  y se cubrió el rostro.
 Con el dorso de la mano sequé mis ojos, sorbí las lágrimas que bajaban por mi nariz y apreté su cabeza contra mi pecho.
 - Yo también sé de esto “Milito”. Putas que duele. Pero así es la vida...Ya pu´ hueón, no llorís más.
 Se enjuagó la pena en la jofaina y cayendo en un mutismo natural, procedió a preparar dos jarros de té, los llenó con agua de un termo y cortó gruesas tajadas de queso que puso, con cáscara, en dos  marraquetas. Sin pronunciar palabra haya, masticamos, tragamos  y pensamos un buen rato.
 - Estaba rico el queso Milo!
 - ....
 - Me encontré con el “Negro Poncho”!
 - ...
 - Voy a salir el viernes con él y  con  el “Choe”!
 - ...
 - Me pidió que te buscara para invitarte!
 -  ...
 -  Dime algo pu´h “Milo”...Parezco hueón hablando solo!
 -  Oye Leíto, Tú sabís que no ¿Qué quiere el “Poncho”? Yo me olvidé de él, de toos, Y el Choe ...otro ueón malo. Me quedo aquí tranquilo no...
 - ¡Para, para hueón.! _
El “Poncho” me dijo que poco menos  que no tenía paz en la conciencia por todo lo que te huevió. No le estoy poniendo ni presionando en un asunto de ustedes. El viernes a las siete y media. Voy a estar en la estación “Pila del Ganso”. Si no llegai en diez minutos, no importa. Igual nos vemos otro día  pa que me hagai un sanguchito. Ya “Milo” anda a dejarme afuera. 
 - Te acompaño hasta “la lamea”. Es tarde. Se pone pelúo. A mí no me pasa ná. Así tomo aire. Estoy contento. ¿Te acordai que te cansaba mi brazo? ¡Ah!. Ahora pesa má, ha, ha. Tengo que cerrar por dentro. ¡Entrate  Jack!. Sale no má Leíto.

 Me dejó afuera, con los montículos de arena y ripio, y cerró el portón. Sentí correr pasadores  y caer aldabas. Poco después estaba erguido  sobre el muro- Atalaya mitológico - Y con un salto brutal aterrizó a mi lado remeciendo el piso. Extendió su brazo sobre mis hombros y nos fuimos caminando por  la mitad de la calzada.
 La oscura calle no estaba sola, tenía ojos brillantes. Fumadas de pasta base y yerba, iluminaban rostros cetrinos. La afilada hoja, acechaba. Las sombras no querían ser más que sombras y esperar, en silencio.
 - Gracias Milo. Llámame y anda a verme cuando quieras. No te hace bien estar tan solo.
 - Ya Guatoncito, voy a ir. Te voy a llevar naranjas ¿Te acordai? ¿Arriba del árbol? La pasabamos bien ¿ah? Gracias por venir. ¡Chao no má!
 Su mano me revolvió el pelo y las clavículas. Me fui pensando en las naranjas. Siempre me han gustado las naranjas, arriba del árbol...¿cuándo?

 ***** 

 Ya es viernes, y no he dejado de cuestionar mis pasos hasta hoy. Acaso, ¿algo habría cambiado en mi vida si no le hubiera cumplido al “Negro”?. ¿Por qué acepté salir con el? Está bien, lo  hice, ¿y si no voy? ¿En qué podría afectarme? El “Milo” de todos modos, no irá, me quedo viendo televisión o cualquier cosa ¡¿Y si va y no me encuentra?! ¿Sería mejor para él?... Es probable que fallarle sea peor y la alegría de verme y aferrarse a mí, se convierta en una pena más en la soledad que lo rodea.
 Son las siete. El día estuvo hermoso, primaveral, en pleno invierno. La noche se adivina clarita y estrellada. Hubo viento y barrió esta mugre que respiramos, aunque sea por unas horas.
 Voy saliendo hasta la estación “Pila”. Si el “Milo” no aparece en diez minutos, me regreso.
 El Metro hacia Pudahuel viaja repleto y hediondo. Hacia el Oriente vamos, la mayoría, bañaditos y perfumados. Se ve mucho pasajero, viejo y joven, con una flor  envuelta en celofán transparente. ¿Qué día de mierda habrán inventado para hoy? A lo mejor el día del... Antes no se veía tanta cursilería en los barrios populares. Me acuerdo del tenista que dijo al referirse a Wimbledon, “El pasto es para las vacas”. Y añado: “Como las flores cortadas para los muertos”. Y me resulta una proporción matemática.
 Desde “Las Rejas” solo dos paradas, “Pila del Ganso”. Piso el primer peldaño de la escala de salida.
 -¡¡Leíto espera. No salgai. Bajo al tiro no má!!
 Vamos rodando hasta República. El “Milo” atrae todas las miradas, casi toca el techo. Nadie se acerca a nosotros. Este es un carro para animales, sin asientos. He visto gente irse de hocico casi de un extremo a otro en las frenadas  de emergencia. Como vacas en un camión; otra vez las vacas.
 - Oye Leíto, si el “Negro” no está, mejor, nos vamos a comer completos, después al pool. Tú llevai la cuenta , yo no sé. Yo le pego a las bolas no má.
 - Te escucho bien “Milo”. Habla más bajito.
 Caminamos por  Alameda  y el “Milo” no me saca el brazo de la espalda. En la próxima doblamos por Maturana. Ahí están, dentro del auto frente  al local ya cerrado. Abren las puertas y también las bocas con dientes de oro.
 Ambos, arropados con sus entallados y largos abrigos negros  de blin et blin,…se nos acercan.
 - “Milo”, amigo mío, menos mal que viniste - y con la cara pegada al pecho  de su otrora víctima, me dice…
 - Te pasaste Guata! ¡No creímos que iban a llegar!, ¿Cierto, compadre?.
 - ¡Cierto, compadre!-  contesta el Choe, mientras me abraza.- ¡Qué alegrón , Guatón Leo!
 El “Milo se ve incómodo. Decido romper el encanto.
 - ¡Basta ya!, como dijo el cantante. Dejémonos de acariciarnos  o van a pensar que esto es un contubernio de maricones.
 - Ya, tá bueno ¿Aonde vai a invitar “Negro”. A mí me dio hambre. Allá conversamo. Vamo no má.
 La atmósfera inicial se ha ido  relajando. En el auto ellos van sentados adelante. El “Choe” conduce .Van girando el cuello y riendo de cualquier cosa durante el corto trayecto.
 - Vamos a la picá de “don Grosso”, donde se come podrido, pero sabroso, hi, hi. 
 Todo va bien. El “Milo” se comió solito una parrillada  para dos  con cuatro Cocacolas. Nosotros una para cuatro y van tres botellas. Al “Milo” no lo han tocado ni con un pétalo. Se percibe hasta contento de compartir  con el torturador implacable de su niñez y adolescencia. Hace  un rato que estamos en la etapa del “te acordai”.-
 - ¿Te acordai Guata del “Sorbete Letelier”?- dijo deslizando un dedo  bajo la nariz  e inspirando ruidosamente.
 - Cómo no  pu´h Negro. Excelente amigo. ¿El papá todavía tiene los “pooles”?.
 - No Guata,  ya no,  y el “Sorbete”  se suicidó  hace como diez años.
 - P´tas que lamentable. ¿Por qué fue?
 - Encontró a su mujer con un “patas negras”, en su propia cama  güeón. Los agarró a balazos y se mató. La parejita se salvó y quedaron viviendo  en la misma casa. “Care palo”.
 Así corren las horas. El “Milo” ha puesto sus ojos como huevos fritos y nos oye hablar.  El “Choe” observa a su compadre con desesperación. La ocasión la están dando para matarse de la risa, pero nunca ha comenzado él, siempre ha estado de tapadita y, para colmar su paciencia,  el “Negro” lo apunta y me dice.
 - Oye, Guata, ¿Sabís porque a  mi compadre le pusieron  “Choe”? - el Choe lo mira y palidece.
 - Mmmmmm-  apenas muevo la cabeza  negativamente.
 - Resulta Guata, que cuando éramos chicos, llega un día mi compadre  con zapatos nuevos. Con más pechuga que pato é silabario. Nosotros empezamos a perseguirlo para tirarle pollos y pisárselos. El bautizo, vos sabís, y este gueón llorando  gritaba “No, por favorcito”. Hi, hi, hi. Que son muy caros, que en la casa me van a pegar, hi, hi. Que me tienen que durar  hasta  el otro cumpleaños, son “American Choe”. Hi, hi, hi. ¡¡En cagarnos de la risa!!, porque no sabía que Shoe en inglés era “Shu”, hi, hi, hi.
 (Al  “Choe”  se le afloja toda la musculatura de la cara. No entiende nada. Se levanta y va al baño, no a mear. A pensar).
 Cuando regresa, ve que el “Negro” ha cambiado de lugar. Está bien apegado al “Milo”, sobándole la manaza derecha.
 - ¿Qué le pasa a este  hueón?- Me pregunta en voz baja cerca del oído.
 - Siéntate aquí Choe… No te pongai  celoso.
 El  “Negro” está totalmente borracho. Pide perdón. Le desabotona la camisa y hurguetea en el lampiño pecho. ¡¡Ahí está el escapulario!!  Es sólo un trapito marrón del cual la imagen religiosa se esfumó hace tiempo, por la milagrosa obra del detergente.
 La raída tela recibe  los besos y juramentos  del contrito “Negro”...Llora convulsivamente sobre ella.
 - Ya tá gueno “Negro”, somo amigo, como hermano, olvidemo too,  te perdono, suéltame el capulario ¡Me lo babiaste  too  ueón no má!
 - Compadre, ¿trajo las argollas?. Dele un besito a la novia y fije  la fecha, ¿Cómo le van a poner  a la guagüita? ¿”Milita”? Páseme el brazo. Ya  ¡¡UF!!.Al baño con el hueón. Le voy a mojar  la cara  Guatón.
 - Avanzan tambaleantes entre las mesas. Nadie los mira. Sólo los más cercanos se apartan,  por precaución, de su alcohólico equilibrio.
 - Ya me  burrí. Vamono , Leito. A jugar pool. Tú llevai la cuenta...
 - No “Milo”. Son las dos de la mañana. Yo trabajo los sábados.
 Los veo salir del fondo y enfilar hacia nosotros con una estabilidad asombrosa, veo destellar sus ojos bien abiertos, como de gatos, las caras bien lavadas, erguidos. Ya de vuelta a la mesa observo sus narices…empolvaditas y concluyo susurrando…- (se drogaron)-.
 - ¿Qué dijiste Leíto?
 - ¡Que nos vamos!...¡Al tiro “Milo”!- termino la frase con tono imperioso. Echo atrás la silla y tomo mi parka.
 - ¿Qué te pasa “Tongüa”?
 - Que ya es tarde “Negrito”. Tengo que abrir temprano el taller y el “Milo” también.
 - ¡Lorée compadre Choe! P´tas  la gueá... ¡Si la noche es joven todavía!
 - Qué le vamos hacer pu´h compadre. De hueones  se la pierden. Nos vamos  al “topless” de Matta. Ahí agarramos dos minitas.
 El “Negro”  llama al mozo y anota en el aire sobre la palma de su mano . El “Milo” y yo queremos pagar. Se molesta  y aparta nuestro dinero y deposita el suyo en la pulida bandejita.
 -No por eso vamos a llevar una vida  seca – dijo, colmando  los vasos para la despedida.
 La luna llena de septiembre nos ha pintado los rostros con el maquillaje de los mimos,  y la cordillera, que a media tarde se veía preñada de nieve,  es un refrigerador ciclópeo con las puertas abiertas, soplando hielo a las calles  vacías.
 - ¡Ooooff... Abre luego “Choe” que me cago de ofri. Suban cabros, los vamos a dejar.
 - No se hagan problemas. De aquí tomamos un taxi.
 El “Milo” ya está adentro. Encorvado para no tocar el techo. Para esta noche, su último deseo  es quedarse dormido, bien arropado, sonriendo en paz por su  buen encuentro y reconciliación con el trocito doloroso de su pasado.
 - Estuvo buena la parrillada. Esta es una picá poco conocida “Guatón”. Ya no más se va a poner como cualquier otra y te la van a llenar de puros “accesorios”, como dice mi compadre “Poncho”.
 - Es que se me olvida la palabra  pu´h compadre Choe. ¿Cómo es?...No me acuerdo. Bueno, las ubres, las prietas, esas gueás, no no, no me acuerdo.
 - Subproductos compadre, sub-pro-duc-tos. Sétima vez. Anótelo en la agenda el hueón, porque la neurona que le queda está entrando a cagar.                         
                                    - A propósito, ¿sabís Tongüa que tiene de bueno el “Alzeimer”?
   -¿Qué será?
   - ¡Que toos los días veís caras nuevas. Hi, hi, hi.
 Al “Milo” parece no importarle por donde vamos.
   - “Choe” , en la estación toma por Ecuador  y pasado General Velázquez te aviso cuando virar a la derecha.
 El “Milo” va aún más curvado. Parece que se durmió, porque a pesar de los tumbos del auto en las dos cuadras hasta su callejón, no da señal. Nos detenemos frente a la conservera. Intempestivamente, como fugándose, los compadres abren sus puertas. Estoy paralizado, enmudecido. Los veo en la acera al “Choe” y al “Negro” que sacude en el aire ...la peluquita ... El “Milo” siente el zarpazo que lo ha desnudado, el frío trasmina  la delicada piel bermellón, brutalmente tonsurada.
 Abro la puerta para bajar; pero él me pasa por encima. Grito ¡Paren, huevones de mierda! El “Milito” se empeña en coger, al vuelo, su gorro con orejeras, pero es torpe. Su mano llega tarde a interceptarlo. Después de treinta años, aún más torpe. Grito: ¡¡¡Paren maricones de mierda!!!;  la droga ensordece.
 Es el gorro con orejeras o la peluquita. Continúa la danza o cacería infructuosa a la luz de la luna llena. Los mimos enanos versus el mimo gigante. El gorro o la peluquita y mis insultos sin eco. Abrumado, ¿va a sentarse al borde de la cuneta, frente a la conservera?, ¿o es la carbonería?. Cuándo…¿Cuándo se va a sentar  a cubrir su vergüenza roja  con sus manotas? ¿En qué instante brotará el llanto  que origine  el magnánimo gesto de piedad y arrojen a sus pies  su gorro, su peluquita, y se marchen?

 La  peluquita vuela hacia el “Choe”. El “Milo” va hacia él. La peluquita vuelve al “Negro”; pero el “Milo” sigue rumbo al Choe”. No a la cuneta. No hacia el “Negro”. Toma al “Choe” por las solapas  del abrigo de blin et blin entallado, negro y largo. Lo lanza a las alturas. El abrigo se abre  y el “Choe”, como murciélago mimo,  dibuja una parábola nocturna y cae sobre el techo de su auto, rebota y va a dar al centro de la calzada. El mimo murciélago se  dañó las alas. Se arrastra como mimo  reptil. Sube al auto. Enciende el motor… y huye.
 Los dedos del “Negro” se han engarfiado. El gorro peluquita  está energizado con mil quinientos cincuenta  voltios. No puede soltarlo. Se orina. Grito.-  ¡¡Suéltala  Negro!!...¡¡Tírala al suelo conchetumadre!!-.
 El “Milo” mira la cuneta. Está al borde, en el límite, creo que reflexiona. -”Nunca me gustaron las cunetas, me traen malos recuerdos, me sentaba en ellas a llorar, por mi peladita, por mi gorro aleteando con sus orejeras, sintiendo la risa, hi, hi, hi., del “Negro”, hi, hi. hi. Que está aquí, detrás de mi no má”-..
  Con los dedos agarrotados en la peluquita, la espalda  contra el muro de la conservera, el “Negro” en trance… El “Milo” ahora está mirando  la risa. Está muda; pero la ve. Grito - ¡¡¡Suéltala “Negro” hueón!!!,.. ¡¡¡¡Despierta mierda!!!!-.
 Abre sus dedos, y un estéril movimiento parkinsoniano, hace que la peluquita  caiga ahí, a sus pies.
 No existo, no me oye, me rompí la garganta. Agarro al Milo de un brazo y me arroja  trastabillando al suelo.
 El sólo quiere que se extinga, hi, hi, hi, para siempre, hi. La risa, hi. Azota la risa contra el muro, el muro tiembla, la risa se  debilita con cada embate, ya es casi inaudible, la risa no se escucha. Buchadas de risa, de risa con sangre, buchadas de sangre-sangre en el pecho del “Milo”. El “Negro” está muerto.                                                                                                                                                          ,                                    Por el callejón transitamos en cortejo, el Milo delante, arrastrando al “Negro Poncho” por el cuello  del abrigo, a la zaga yo, atrapado en la órbita de la muerte      .  
 Está frente al taller. El “Jack” ladra furiosamente cuando el cuerpo del “Negro” se desploma  al interior lanzado desde fuera, por sobre el  muro. El “Milo” se encarama  y desaparece. Cesan los ladridos..
 Los minutos se arrastran. Ahora se enciende  la insuficiente  luz interior. Se deslizan pasadores y aldabas. El portón  se abre.
 Las piedras lavadas por el rocío y la lluvia, la húmeda arena  pálida  de luna, agua, cemento, pala, albañil. Los elementos  primitivos  se  han  conjurado para el acto funerario. La argamasa que cubrirá  al “Negro” Poncho que yace en la profundidad del foso.
 ¿Cuántas veces ha volteado la carretilla? El  “Jack” cansado  del monótono ir y venir  tras su amo, se echó a mi lado.
 El sepulturero ha terminado. De pie al centro del umbral pasea su mirada por la oscuridad, sabe de mi difusa presencia, la procesa en su retina y me alcanza su voz...
 - ¡Entra Leíto!..¿Querís tomar té? Te hago un sanguchito. Hace frío….. No te vai a resfriar no má.
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Autor : Alfredo Aburto Marchant músico, compositor  y escritor chileno .
Portada Óleo de Vincent Van Gogh : " Terraza de Café"
 
                               

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